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Entre el 5 y el 10 de abril de 1815 un estratovolcán gigantesco, el volcán Tambora, despertó explotando con tal fuerza que, casi al instante, su altitud original superior a cuatro mil metros quedó reducida a menos de tres mil. Gran parte de la isla de Simbawa se volatilizó, generándose una nube de polvo, gases y cenizas de tamaño tan descomunal que creó un velo de oscuridad total en un radio de seiscientos kilómetos durante varios días. Lo que sobrevivió de la isla, se cubrió con más de tres metros de fango y cenizas que cayeron con las lluvias de los días posteriores.
La erupción del Tambora del año 1815 está considerada como el mayor cataclismo volcánico de los diez mil últimos años. Se calcula que el sonido de la explosión pudo escucharse sin problemas a más de mil quinientos kilómetros de distancia del volcán. El inconcebible cataclismo originó tal cantidad de material, en forma de lava, cenizas y otros materiales piroclásticos que la navegación en el mar circundante a la isla estuvo entorpecida durante años. Durante tres días una densa nube ensombreció totalmente los cielos de islas alejadas hasta 300 kilómetros. Las sucesivas erupciones de 1815, escalonadas entre el 5 de abril y el 23 de agosto, dispersaron en el aire la cima del Tambora, equivalente a un volumen de 30 kilómetros cúbicos. Naturalmente, los más de diez mil habitantes de la isla desaparecieron y muchos miles de personas más murieron en los meses siguientes en las islas cercanas porque la oscuridad de la nube volcánica arruinó por completo sus cosechas, trayendo el mortal hambre que acabó con ellos.
El súbito e ingente volumen de lava que irrumpió en el mar de Bali provocó un gigantesco tsunami que sumergió a gran velocidad el litoral de numerosas islas y que grandes aglomeraciones humanas, como Besuki (Java), a más de 500 Kilómetros de distancia del Tambora, o Cerám y Amboine, a 1.600 Km, fueron barridas por una ola de 2 metros de altura que arrastró y sumergió en el mar cuanto encontró a su paso. Hubo 88.000 víctimas.
El resto del planeta se sorprendió más tarde, en cuestión de pocas semanas, con extrañas lluvias que todo lo ensuciaban: no era agua lo que del cielo caía, sino barro, una húmeda mezcla de cenizas que, en Europa, llegó a depositar capas de hasta un centímetro de profundidad. Con el paso de los meses, los materiales expulsados a la atmósfera durante la explosión, se extendieron gracias a los vientos por todo el planeta, haciendo de espejo de la radiación solar y modificando el balance normal de esta radiación en la Tierra, con lo que la dinámica climática se modificó drásticamente. El rojizo velo que cubrió el mundo trajo el frío y la muerte, creando, en 1816, un año sin verano, un año de pobreza y de miseria en todo el globo.
Así, más de un millón y medio de toneladas de polvo volcánico, originado en Indonesia, rodearon al planeta en mortal abrazo. La dimensión de este polvo,de pocos micrones, no les permitió durante varios años caer al nivel del mar. Empujadas por los vientos del Este, que predominan de manera permanente en las grandes altitudes, dieron varias veces la vuelta al globo. Quizá durante las primeras vueltas, la nube sólo fuera una franja estrecha que no cubría más que la zona ecuatorial – el Tambora está a 8 grados de latitud Sur- pero, después, esa franja se ensanchó hasta cubrir con un fino velo estratosférico las latitudes tropicales. A partir de este momento, esas partículas se encontraron en la zona de los vientos estratosféricos del Oeste. Reiniciaron entonces su viaje en sentido contrario, extendiéndose poco a poco y cubrieron así las regiones templadas y, al final, toda la superficie restante del globo: se encontró un fino estrato de ese polvo en las nieves de Groenlandia y también en la meseta helada de la Antártida, a una profundidad que corresponde exactamente con el año siguiente al de la erupción y los años sucesivos”. el descenso de temperaturas tomó por sorpresa a todos, la escarcha primaveral no desapareció, destrozando cualquier cosa que se cultivara, los animales morían de inanición, la nieve se acumulaba y terminaba convertida en hielo persistente, el Sol parecía haber perdido su fuerza y muchos ríos se helaron en pleno agosto en Europa y Norteamérica. Muchas veces, cuando el velo mortal era desgarrado temporalmente, se pasaba del frío invernal próximo a la congelación, a temperaturas propias del más cálido verano, cercanas a los cuarenta grados para, en cuestión de minutos o escasas horas, volver a caer hacia el frío más terrible.
La primavera llegó a ser tan fría en el Hemisferio Norte, que el ganado moría congelado y las tierras no podían labrarse, ya fuera porque las nieve persistía o porque las sequías frías arruinaban todo intento de sacar provecho de la tierra. En algunos lugares no cayó ni gota durante meses, acostumbrados como estaban a lluvias generosas, se convirtieron en regiones casi fantasmales, donde la gente moría de hambre y frío, envueltos en un extraño viento seco y persistente que no se detenía nunca. Tras la fría primavera, la promesa de un verano caluroso y agradable todavía solazaba el espíritu de muchos, pero la realidad terminó por hundir sus esperanzas. El verano llegó, plagado de heladas, nevadas, lluvias con pedrisco, vientos que no se calmaban y más tinieblas. Los campos no se recuperaron, las gentes no salían de sus casas por miedo al pillaje, los bandidos y, también, porque la mayoría había enfermado y se encontraba sumida en un pesaroso estado de depresión y fuerte debilidad.
Las gentes observaron con pavor cómo la sequía se alargaba anormalmente, el cielo tenía un color extraño, rojizo o pardusco, como de tinieblas, torrenciales lluvias acompañadas de granizo especialmente dañino, así como sorpresivas nevadas terminaron por arruinar las cosechas de aquel año y condenaron a morir de hambre y frío a muchos cientos de personas. Las gentes, al mirar al cielo y ver que nubes oscuras y velos sucios ocupaban su vista y, para colmo, al observar tras la bruma celeste un Sol pálido y lleno de grandes manchas oscuras, no podían por menos que pensar que el fin estaba cerca, que la divinidad preparaba ya el juicio final.
Los alimentos escasearon, disparándose su precio y haciendo el agosto, nunca mejor dicho, muchos comerciantes y granjeros sin escrúpulos que, utilizando sus reservas de grano lograron pequeñas fortunas a costa de las masas hambrientas. Hacía poco que la guerra, traída por Napoleón, había asolado el centro de Europa. Ahora, el desastre climático terminó por hundir muchas regiones del viejo continente. En Francia estallaron graves revueltas, asaltándose propiedades y graneros, como también sucedió en muchos otros lugares de Europa, como en Suiza, donde el hambre logró que se declarara la emergencia nacional.
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