Una pareja, un matrimonio con dos, hijos celebra una fiesta en el piso de su casa. Al evento asisten algunas personas importantes y, pero sobre todo, los vecinos del barrio adinerado donde viven. Los hijos, pequeños, duermen juntos en una de las habitaciones de arriba. No molestan. De vez en cuando, uno de los padres sube a echarles un vistazo. La noche va bien: los invitados están contentos y felicitan a los anfitriones.
En una de las subidas al piso de arriba, sucede algo. La madre baja corriendo y se sienta en el brazo del sofá del gran salón, epicentro de la fiesta. A su lado, su marido, al que le dice al oído que algo no va bien. Él, con inquieta tranquilidad, se disculpa ante sus contertulios del momento y se dirige a la habitación. Allí, junto a la madre, observan el cadáver de su hija mayor, de tan solo siete años de edad. La niña yace junto a la cuna del bebé, que duerme sin inmutarse.
Preguntándose qué ha podido pasar, el marido ve que su mujer tiene sangre. "Ha sido Un accidente", se desprende de la mirada de la madre. Sin más dilación ni explicación, el padre le dice a s mujer que se limpie las manos, baje inmediatamente al piso inferior y atienda con naturalidad a los invitados. Ella obedece, sabe que él se encargará de todo.
El marido baja también a la fiesta, pero busca a un invitado especial, un viejo amigo de confianza. Sin muchas palabras de por medio, al encontrarle le deja claro que debe limpiar la sangre de la habitación y deshacerse de la niña como sea. Le convence con lógicas palabras: los invitados confirmarán que los padres estuvieron en todo momento con ellos en la fiesta, y ellos testificarán que él estuvo siempre con ellos. Pasara lo que pasara, fue alguien de fuera que nadie vio.
El amigo sube a la habitación de los niños. Con dificultad logra limpiar la sangre del suelo y de una de las paredes. Con la complicidad de los padres quienes han llamado a los invitados a ir al jardín a seguir la fiesta allí, el amigo envuelve a la niña en una sábana y abandona la casa sin que nadie le vea. Coge el todoterreno de la familia y mete el cadáver en la parte de atrás. Arranca y se dirige a un paraje cercano, donde entierra a la niña lo mejor que puede. Inmediatamente, vuelve a la casa, a la fiesta, con los demás invitados. Con un movimiento de cabeza, el amigo le dice al padre que ya está hecho.
Dos horas después, tras mucho movimiento de invitados despidiéndose de la fiesta, la madre baja corriendo las escaleras al grito de "la niña no está en su habitación". Llamada a emergencias, policía e inicio de la búsqueda de la pequeña. Nadie sabe nada del o los secuestradores, nadie los vio ni sabe en qué momento de la fiesta pudieron entrar.
Pasan semanas y no se sabe nada de la niña. La policía busca y no encuentra. Numerosas pistas falsas, incluyendo una petición de rescate muy dudosa. Pequeñas pesquisas, hipótesis y suposiciones hacen girar la investigación: quizás no fue un secuestro; quizás la niña murió en casa y los padres, ante el miedo y el desconcierto, prefirieron urdir el plan del secuestro.
La nueva línea de investigación se abre paso con pruebas y evidencias de que algo ocurrió en la habitación. Restos de sangre sugieren una búsqueda del cuerpo en un área más cercana de la casa. Descubren el cadáver en un paraje cercano, envuelto en una de las sábanas de que usa la familia en su casa.
Fue un accidente trágico, no fue queriendo, pero es que la niña no se estaba quieta y no se dormía y había muchos invitados que atender. Y qué van a pensar de nosotros el barrio, estas gentes importantes, si descubren que uno de los padres ha matado a su propio hijo. Qué podían hacer ellos.
------
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, pues este relato podría pertenecer a cualquier capítulo de la serie CSI: Las Vegas.
miércoles, agosto 08, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario