viernes, noviembre 10, 2006

Momentos inevitables

Llega un momento en la vida de toda familia en el que, principalmente, la madre, se levanta un día y dice algo así como: “Vamos a cambiar el cuarto de baño”. Es algo inevitable, sabes que algún día iba a pasar… y pasa. Desde el lunes 6 de noviembre, en mi casa estamos de obras. A veces creo que el metro de Málaga va a pasar también por aquí, pero parece confirmarse que no.
Por suerte paso el tiempo justo en casa para no tener que sufrir las obras. Por las mañanas voy a la universidad y por la tarde a mis amadas prácticas de empresa […]. Lo más que estoy en casa es de 14.00 a 15.00, tiempo en el que tengo que ducharme, comer y prepararme para coger el tren de las 15.05. Y durante ese ratito, mi tío, que es quien nos está haciendo las obras, se va a su casa a comer.

En estos cinco días de obras, al menos hemos conservado el váter, aunque el lavabo haya desaparecido en combate y tenga que usar el fregadero de la cocina, ahora rebautizado a cuarto de cocina. La bañera… pobre, estuvo un día entero tirada en la calle… en fin, menos mal que mi hermana vive 4 pisos más arriba, en el ático y podemos invadirla para usar la ducha. El resto de molestias se resumen en el polvo, todo por medio, y, bueno, los 400 kilos de arena, yeso y cemento que tuve que subir el martes del portal hasta mi casa en preciosos sacos de 25 kilos. No sé si será mucho o no, pero hacer eso recién levantado no sienta muy bien, aún me duran las agujetas.
Después de subir los sacos estaba tan sudando y, con mi bañera en la calle, estuve un buen rato bajo la lluvia [cómo ha llovido estos días] para refrescarme un rato, que estaba sudando. La verdad que estar en mangas cortas parado en mitad de la calle mojándote y ver pasar a la gente con sus paraguas es gracioso, sobre todo el ver sus caras. A saber lo que estarían pensando de mí.

Aunque no ha sido la única vez que me he mojado esta temporada, tras el verano. Todas las veces que ha llovido por aquí, que ha sido en el último mes, no han sido muy fuertes (salvo la de esta última semana), y solían venir acompañadas de viento. Yo para eso prefiero no sacar el paraguas y estar peleándome con el viento y mojarme igual. No me gustan mucho los paraguas (casi pierdo el ojo derecho de pequeño por culpa de una varilla de uno), les tengo algo así como respeto-miedo. Aunque si hay que usarlo, se usan, claro. Con cuidado y sin ir como van muchos, usándolo de escudo impidiéndoles ver por donde van y que hay delante de ellos, teniéndose que apartar uno cada dos por tres, seis. Igual o peor van algunos conduciendo con lluvia, que, con los cristales empañados, sobre todo los retrovisores, se encuentra de repente a su lado o detrás de uno con un coche con las luces de posición puestas: que no se te ve, pringao, que pongas las luces cortas, aunque no sean obligatorias en días de lluvia, pero ponlas para que se te vea al menos!

La verdad que me doy cuenta que voy por ahí a veces cuasi presumiendo de que no he abierto el paraguas este año y que no me importa mucho mojarme un poco; para el ratillo que tardo de ir de mi portal al coche, o a coger el tren, de la estación a casa o al trabajo… Hay que ver de lo que se presume a veces. El refrán decía… dime de lo que presumes y te diré de lo que careces: pues de bañera; carezco de bañera por el de momento.



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